domingo, 13 de noviembre de 2016

Un doble inoportuno

Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte, aunque por desgracia solo sea en la apariencia física.
Un día, mientras yo esperaba a que me atendiera el interventor del banco, un cliente hablaba con el director en su despacho. No pude evitar escuchar la conversación,  aunque no les veía. El tipo iba a comprarse un coche de treinta mil euros esa mañana y lo pagaría con la VISA ORO. ¡Qué fácil resulta la vida para algunos!, pensé.
Al salir del despacho quedé sorprendido ante la igualdad de físico con el mío. Era como una gota de agua a la imagen que yo percibía de mí mismo al mirarme al espejo. ¡Lástima que solo fuera eso! Me llamó el interventor y, al cruzar por donde había pasado mi doble, vi una VISA ORO en el suelo. La pisé para no levantar sospechas y arrastré el pie hacia mi asiento.
Sentí por un momento que la suerte me sonreía y que los roles se habían invertido aunque solo dependiera de aquella tarjeta y fuera solo una ilusión.
Comprobé que me habían ingresado una indemnización de escasos seis mil euros al cambiar de trabajo y, aunque el empleado sabía que no era yo de tener demasiados ahorros, pregunté cómo funcionaba la tarjeta ORO.
Pasé por un supermercado pequeño y me tentó la idea de probar a gastar menos de veinte euros. La cajera, sin preguntarme nada, miró la señal wifi, pasó la tarjeta y me deseó buen día.
En otra tienda compré un jersey; en otra, unas zapatillas; en un bazar, un tendedero; en un quiosco, recargué mi móvil con veinte euros (no recordaba cuánto hacía que le eché diez euros)… Parecía que el sistema de pago no era demasiado seguro y, aunque resultaba divertido saber que no me lo cargarían en mi cuenta, era una situación arriesgada. Pero, qué narices, no tenían mis datos ni me habían preguntado nada en ninguna tienda. Eché mano de mi cartera con rapidez y comprobé que mi tarjeta de débito estaba ahí. Respiré tranquilo.
Eché gasolina, y me fui de compras a la ciudad más cercana.
Todas lo que comprase tenía que ser más barato de veinte euros, pero yo estaba acostumbrado a eso. Así que pasé cuatro horas de compras y me senté a tomar un aperitivo pensando en usar la misma táctica.
Cuando estaba a punto de pagar vi cómo el señor de la mesa de al lado era requerido para marcar el PIN con una tarjeta de crédito. Menos mal, que yo tenía la mía y, en esa ocasión, no quise tentar a la suerte.
Volví al centro comercial y, al entrar, sonó la alarma en la puerta. Los guardias de seguridad se me acercaron mientras yo hice lo imposible por permanecer estoico. Sentí calor y creí que los guardias me miraban y me cacheaban con sospechas fundadas. Pero, al final, resultó ser la etiqueta del pantalón que llevaba puesto, comprado hacía dos meses en el mismo sitio.
─A estos aparatos no se les escapa nada, ¿es? ─dije con ironía mientras alzaba la vista y me sobresaltó el ver que una cámara de vigilancia me estaba enfocando.
            Mientras miraba la sección de bricolaje, alguien me llamó la atención:
            ─Hola, Joaquín, ¡cuánto tiempo!
            ─Eh, hola,  ¿qué tal?
            ─Bien, aquí de compras. ¿Y tú?
            ─Me ha encargado la asistenta unas bombillas y he aprovechado la hora del desayudo. ¿Sigues en el mismo banco?
            ─Sí, ahí estamos. Hoy es mi día libre porque…
            ─Lástima que yo tenga que irme corriendo, pero dame tu número de teléfono y quedamos un día para comer, ¿vale?
            ─Pues… siempre llevo tarjetas pero hoy no llevo ninguna.
            ─Dime el número y lo grabo, venga.
            ─Oye, si llevas tú alguna, dámela y así no se me olvida anotarte en la agenda, que luego los números en los móviles se borran solos. Y, la verdad, es que…
            ─Vale, toma la mía. Pero llámame…
            ─Mira ─titubeé e intenté acabar la conversación─, chico, que el día libre se deja para hacer tantas cosas, que se me hace tarde a mí también. Prometo llamarte.
            ─¡Cómo lo sabes! Bueno, pues que me alegro mucho de verte y espero tu llamada.
            ─Igualmente. ¡No sabes cuánto!
            El tipo me dio unas palmadas en la espalda muy efusivo y yo salí por la caja sin comprar ni un tornillo.

            Iba a comer, pero preferí entrar en un servicio y romper en tantos trozos la tarjeta que se fueron por el desagüe al tirar de la cisterna.

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