domingo, 15 de mayo de 2016

¿Por qué dos papas y dos reyes? Leonor Cuevas Martín

                                     
   
Eran las nueve de la mañana del dos de junio de dos mil catorce, cuando Marta encendió el televisor y se disponía a desayunar viendo las noticias. Lo que no esperaba ella era la noticia, que  ese día daría la vuelta al mundo,  que le sorprendió en un año en el que ya se habían producido algunos hechos que le habían hecho recordar su propia historia. Juan Carlos I, el Rey de España, había tomado la decisión de abdicar y pasaría a ser rey su hijo Felipe. Empezaba la cuenta atrás para que el día diecinueve de junio se llevara a cabo el nombramiento del Rey Felipe VI. Aquellas personas que estaban impacientes porque pareciera que Felipe se iba a convertir en un príncipe eterno junto con el Príncipe de Gales, mientras su padre daba muestras de su envejecimiento y desgaste, podían respirar tranquilas. Igual que lo hicieron cuando Felipe se echó novia y se casó. ¡Cuánta gente descansó el día uno de noviembre de dos mil tres, día en que se anunció su compromiso con la actual Reina, Leticia! Parecía que todo el mundo quería emparejarlo a cualquier precio y lo hizo en el momento en que más tranquilo estaba el país. Nadie esperaba aquella sorpresa. Como nadie esperaba este dos de junio esta abdicación.
     Marta, aficionada a la historia, escuchó con atención y tomó nota en su cuaderno: era la segunda noticia más importante que había escuchado en el 2014, según su criterio. Habían pasado muchas cosas a nivel de España y a nivel mundial, pero para ella todo lo relacionado con los gobernantes principales de España era lo más importante para cuando hiciera un resumen de la historia de España. Además, intentaba que su hijo Héctor conociera la historia de su país y la suya propia, conociendo siempre en qué mundo vivimos, cómo hemos llegado hasta aquí a lo largo de la historia y cómo vivieron nuestros antepasados, para que cuando fuera mayor tuviera su propio criterio, fundado y eligiera con responsabilidad a los responsables de que este país no naufrague y no vuelva a cometer los errores del pasado. También le enseñaba la historia mundial, le ponía vídeos y le educaba en valores como la solidaridad, la paciencia, la igualdad, el cumplir con las obligaciones, el ser honesto y honrado. Sobre todo honrado, porque viendo las noticias diarias, como solía hacer ella, se indignaba ante tanto escándalo de corrupción. Siempre lo hacía de una forma amena y a Héctor le gustaba aprender con ella. Muchas tardes, cuando  Héctor ya tenía los deberes acabados, le pedía a su madre que le pusiera alguna película o documental y después los comentaban.
     Un día vieron Doce hombres sin piedad y Héctor, que aunque es un niño es muy inteligente, le preguntaba algunas cosas a su madre para entender mejor la película. Cuando terminaron de verla, Marta y su marido le hicieron algunas preguntas y analizaron lo que pasaba en aquella sala en la que doce hombres tenían en sus manos el destino de aquel joven, que por ser pobre, ya parecía condenado de antemano por aquel jurado si no llega a ser por las dudas que uno de los miembros planteaba a cada uno de los demás para que no solo ese factor fuera el que determinara su culpabilidad, cuando en realidad era inocente.
     Héctor se iba impregnando  de sus vivencias, sus lecturas, su educación en el colegio y la educación con sus padres de forma que a sus diez años era más maduro que muchos niños. Y es que Marta pensaba que una buena lección a los dos años daba más frutos que veinte palos a los veinte. Podía parecer que no es una película para su edad, pero no hay edad para el sufrimiento y ¿no ven los niños películas de guerras, de peleas, de fantasías...? Acaso ¿hay edades que limiten los temas?, ¿la vida tiene límites para que a los niños no les ocurran determinadas desgracias?, ¿y a los mayores?... Como siempre, quien es fuerte o se hace fuerte con la vida, puede tener mejor futuro. Sin embargo, su madre no le privaba de disfrutar de su infancia y le daba  libertad para actuar. Siempre dentro de unos límites a su edad y teniendo en cuenta que Héctor era un niño responsable y consecuente en sus actos.  «Desde la cuna se aprende. De niños son como esponjas, lo absorben todo y lo aprenden todo. Cuando se vuelven impermeables en la adolescencia, ya no hay marcha atrás. Lo que haya aprendido para su vida será lo que le marque su forma de actuar de ahí en adelante», decía ella siempre a cualquiera que le reprochaba su forma de educar a Héctor.
     Hoy, Marta ha recordado, ¡cómo no!, el pasado veintitrés de marzo cuando falleció Adolfo Suárez. Ese día, escuchó la noticia de su muerte en la radio y su hijo vino bien informado del colegio. No sabía si los profesores seguirían con el mismo sistema y también hoy sería un día para aprovechar en recordar la historia de España a los alumnos. Era buen momento para que quien no lo supiera, conociera la historia anterior al rey Juan Carlos, lo que supuso el cambio en 1975 cuando entró a reinar tras la muerte de Franco, y cómo pasaron los primeros años de su reinado. Su hijo conocía muchas de esas cuestiones porque ella se las enseñaba y ya había estudiado algo de historia entre sus asignaturas a sus diez años.
     Marta miró el reloj y comprobó que quedaba poco para que su hijo Héctor llegara del colegio. Hoy había preparado un potaje de garbanzos que le había salido riquísimo y sabía que a su hijo le encantaba.
     Cuando llegó Héctor del colegio, ella y su marido esperaban sentados para comer.
     Héctor había escuchado en el cole a su profesor hablar del rey Juan Carlos, del futuro rey Felipe,  de las dos reinas... (todavía no se sabía bien si el rey Juan Carlos y la reina Sofía seguirían siendo reyes como después se acordó) y traía un cacao mental que no acertaba a comprender bien.
     ―Mamá, ¿por qué tendremos dos reyes y dos reinas?
     ―Verás, hijo. Siéntate y come.
     ―Pero es que no lo entiendo, mamá. También tenemos dos papas: Benedicto XVI y el papa Francisco. Uno trabaja y el otro ya no sale en la tele. No le he vuelto a ver desde que se retiró.
     ―El papa Benedicto era ya muy mayor y está retirado, igual que cuando se jubiló tu abuelo, ¿te acuerdas?
     ―Sí que me acuerdo, pero mi abuelo no es papa ni rey.
     ―Bueno, pero es agricultor, ¿no?
     ―Sí, eso sí. Pero no es papa ni rey... No es igual ―dijo Héctor poco convencido de que hubiera dos reyes ni dos papas.
     ―Bueno. Tienes razón. No es igual. Pero... ¿verdad que con el abuelo va también papá al campo y él está allí con los animales ayudándole a papá?
     ―Sí ―respondió Héctor, sin querer aceptar la comparación.
     ―Pues igual ocurre con el rey y con el papa. Los nuevos en el cargo necesitarán de la experiencia de los antiguos y hasta que se mueran estarán ahí ayudándoles aunque no los veas en la televisión. La experiencia es un grado para todas las cosas de esta vida. Esto lo irás comprobando poco a poco.
     ―Si tú lo dices... ―dijo Héctor todavía dudoso.  Cuando acabó de comer, buscó en la enciclopedia el nombre del rey Juan Carlos y el del papa Benedicto XVI y leyó su historia.
     Marta vio a Héctor leyendo en la enciclopedia y le preguntó: «¿cuántos años tiene tu abuelo?»
     ―Sesenta y seis ―respondió Héctor con seguridad.
     ―Y... ¿cuántos tenía Benedicto XVI cuando dio paso al papa Francisco? ―preguntó Marta.
     Héctor siguió buscando en la enciclopedia y estuvo echando cuentas.
     ―Aquí pone que nació en abril de 1927 y que se retiró en febrero del 2013. Así que iba a hacer ochenta y seis años, ¿no?
     ―Pues bien, mira ahora cuando nació el rey Juan Carlos y cuántos años tiene el príncipe. A ver si cuando lo busques, no crees que es mejor que gobierne el más joven. Ya me contarás. Voy a hacer unos recados y después hablamos.
      Héctor siguió un buen rato con la enciclopedia y la calculadora y cuando llegó su madre le dijo: «Mamá, tenías razón. Son muy viejitos. El Papa tenía casi ochenta y seis años y el Rey ha hecho setenta y seis años en enero. Es mejor que trabajen los jóvenes, ¿no?
     —Sí, claro. ¿No crees que se trabaja mejor cuando se es joven que cuando se es viejo, aunque todavía se pueda aportar conocimientos y experiencia y ayudar a los jóvenes en su trabajo? Para eso está la pensión de jubilación y para eso vamos ahorrando de jóvenes: para no tener que trabajar cuando seamos viejos.
     Héctor siguió mirando en la enciclopedia, pues no se conformaba con lo que su madre le dijera y miró la historia del, todavía, príncipe de Asturias, el príncipe Felipe. Cuando acabó de mirar la enciclopedia, dijo a su madre: «Ahora lo veo claro: el príncipe Felipe tiene cuarenta y seis años, cumplidos en enero y si ahora pasa a ser rey, pues es como su primer empleo y lo que ha hecho anteriormente han sido como prácticas. De forma que, si yo estudio una carrera y puedo empezar a trabajar a los veinticuatro años, más o menos, Felipe iría con bastante retraso… Con veintidós años de retraso. Está bien que trabaje como rey. Ya acabó sus estudios hace muchos años».
     —Más o menos —respondió Marta—. Tú has comprendido que Felipe ha estado estudiando, como puedes hacer tú, y ha estado practicando muchos años, ¿no? Eso es lo importante. Ahora le toca trabajar hasta que se jubile. Anda, ponte a hacer los deberes que ya has tenido bastante historia por hoy —concluyó Marta mientras sonreía mirando a su hijo.    
     Marta se sentó en el sofá y se acordó del veintitrés de marzo cuando tuvo otro hecho histórico que comentar con su hijo por los acontecimientos ocurridos. Lo recuerda así:

Mientras esperaba cerca del mediodía a Héctor, encendí la radio y pude escuchar con sorpresa cómo hablaban acerca de la muerte de Adolfo Suárez, cuya noticia había sido conocida esa misma mañana y a la cual había permanecido ajena.
     El escuchar aquellas palabras en la radio me llevó a mi infancia cuando con diez años conocí, también por la radio, a Adolfo Suárez. A ese político tan apuesto al que, en una época de grandes cambios como la que comenzó con la muerte del dictador Francisco Franco Bahamonde,  tanta gente admiraba y que en mi niñez dejó huella aunque no pudiera comprender bien qué estaba pasando.
     «Era muy guapo, muy elegante y me gustaba cómo hablaba». Se me  iluminó la cara por un segundo, pues la tristeza, mezcla de los recuerdos con el suceso de ese día hicieron presencia de inmediato en mí.
     Mientras ponía la mesa, recordaba cómo llegó la primera televisión a mi casa y cómo cuando mi padre la encendió estaba Adolfo Suárez en la pantalla. Recuerdo aquella imagen en la que aparecía con el rey Juan Carlos. La recordaré siempre. Una televisión que había montado a piezas un técnico que las vendía, como el primer ordenador que compré: también mi informático lo había compuesto tras comprar las piezas por separado y no traía una marca en su carcasa. Recordaría siempre aquel primer televisor y aquellos encuentros que se hicieron habituales entre el, ya, antiguo rey Juan Carlos de Borbón, y el ex presidente del gobierno Adolfo Suárez.
     "Treinta y nueve años han pasado desde aquel año 1975 cuando empezara a reinar el rey Juan Carlos y entrara a gobernar Adolfo Suárez. ¡Qué vieja me he hecho y cómo han pasado los años!", pensé.
     Hice un repaso por la historia de España de los últimos cuarenta años y me di cuenta de la fuerza que tiene el destino. Cómo podían imaginar ninguno de los personajes antes mencionados, en 1975 cuando intentaban poner en marcha una transición política sin precedentes, que sus destinos tendrían muchas cosas en común, que pasados  casi treinta y nueve años desde la muerte de Franco (no los haría hasta noviembre de este mismo año 2014), uno de ellos abdicaría y dejaría su reinado en manos de su hijo Felipe y el otro encontraría su muerte tras largos años sumido en el olvido, aunque somos muchas las personas que lo recordamos a él como si fuera el primer día.
     ―¡Mamá, mamá... Ya estoy aquí!
     Héctor hizo entrada en casa alborotando y me dio un beso, lo cual me obligó a salir de mi ensimismamiento.
     ―Hola, hijo. ¿Qué habéis hecho hoy en el cole?
     Mientras Héctor recogía la mochila en su cuarto, recordé que treinta y nueve años habían pasado también desde el golpe de estado del 1936, cuando comenzó la Guerra Civil Española y Franco empezó a ser conocido hasta que falleciera en 1975. Parecía que el número treinta y nueve tenía algo misterioso en la historia de España. Treinta y nueve años.  Ese dato hizo que mi cuerpo  se estremeciera al pensar que ese número estuviera maldito. Sin embargo, me pasó rápido pues me vino a la mente que con treinta y nueve años me tuvo mi madre a mí y el parto fue bien, así que no todo lo ligado al treinta y nueve iba a ser malo.
     Mi hijo se sentó a la mesa y me contó que en el colegio le habían hablado de un señor que no había visto nunca y que se había muerto ese día. Ese día, veintitrés de marzo de dos mil catorce.
    Héctor, durante la comida, me hizo un auténtico interrogatorio. Es un chaval de diez años, muy espabilado y le gusta mucho que le cuente historias, pero nunca le había hablado de ese hombre que, según en el colegio, había sido muy importante para España.
     Aproveché la curiosidad de mi hijo para recordar parte de mi vida e intercambiar puntos de vista con Héctor. No había reparado antes en que, aunque intentaba que mi hijo conociera la historia de España, siempre le hablaba de cosas de la actualidad. Él sabía perfectamente cuando empezó a gobernar el rey Juan Carlos, quién era su familia, qué tipo de gobierno teníamos y quienes eran sus gobernantes desde que él nació en el dos mil cuatro. También conocía quienes habían gobernado anteriormente, pero nunca, nunca había llegado a explicarle la Transición y quienes formaron parte de aquel momento histórico tan importante.
     Entonces, me acordé de cómo eran las cosas en mil novecientos sesenta y cinco, cuando yo nací. Todo lo que ocurría mientras yo no podía hablar ni compreder, lo aprendí de mis padres a medida que cumplía años y ahora puedo recordar la cronología de mi historia como si hubiera sido parte activa de ella.

Marta se quedó dormida mientras recordaba y su hijo la despertó para consultarle una duda.
—Mamá, ¿ha ocurrido alguna vez más que hayamos tenido dos papas o dos reyes?


                                                     Leonor Cuevas Martín

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