Hace treinta años, cuando era niña, me sorprendía de muchas de las cosas de las que me sigo sorprendiendo. He mantenido la capacidad de sorprenderme de lo que observo con la misma facilidad que lo hacía cuando era muy niña. Sin embargo, la situación ha cambiado a paso de vértigo y cuando, ahora, me encuentro en una situación determinada me acuerdo de cómo hubiera sido lo mismo hace treinta años.
Ante un atardecer rosado, cuando el sol
se va escondiendo y el cielo parece arder, a la vez que las nubes dispersas y
con distintas formas se mezclan con el sol y la estampa que muestran es digna
de enmarcar, mi primera reacción es de admiración, lo cual expreso con algún
que otro grito de sorpresa y me dan ganas de echarle una foto e inmortalizar
ese momento. Esto era muy distinto hace treinta años, cuando me hubiera
gustado echar una foto en mi cámara pequeña, que echaba las fotografías
cuadradas (no conocí otra de ese modelo, más que la de mi madre), la cual
estaba guardada en casa, seguramente con más fotografías sin revelar dentro de
su carrete de veinticuatro fotos, en el que reservábamos cada una de las
restantes hasta acabar el carrete, para ocasiones especiales. Esta ocasión, con
total seguridad, no merecería gastar una foto a los ojos de nadie de la familia
ni de muchas familias de aquella época. Así que como resultado, mis ganas se
guardaban en un rinconcito de mi corazón, me quedaba con la imagen en la cabeza
y a otra cosa: sin frustraciones ni consecuencias extremas. Ahora, ante la
misma imagen del cielo, puedo sacar mi móvil (si lo llevo, pues aún sigo
dejándolo en casa en numerosas ocasiones, o llevo uno pequeño que no tiene
cámara pero que era el deseado hace unos años: pequeño y útil, simplemente,
aunque no haga fotos). Si llevas el móvil, en un caso así, la mayoría de las
personas incluso los niños, no se conforman con hacer una foto, como hago yo,
sino que ya puestos, la comparten en facebook, la envían por whatsapp y, al
momento, un montón de gente de todos los rincones del planeta conocen que esa
tarde en su zona hay un atardecer precioso del que muchos de los que lo vean
por internet no podrán disfrutar en directo en ese momento, porque puede
que estén muy lejos.
Y lo que es más grave de este tema, lo
cual me sorprende, es que los padres de niños de ahora, que vivieron mis
tiempos de niñez, puedan llegar a considerar que si sus hijos no disponen de
esa inmediatez a su antojo, puedan sentirse inferiores o frustrados. ¿Acaso, no
pasaron ellos por situaciones parecidas y están vivos? Creo que el tener que
controlar los impulsos y tener que racionalizar las necesidades nos hace menos
vulnerables de cara al futuro, más fuertes, con más recursos para afrontar las
distintas situaciones de la vida.
¿No seguiríamos vivos si no se hubiera
inventado facebook?
Leonor Cuevas Martín
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